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Idas y venidas.


Vendedor :   Hola. ¿Cómo estai?
 Interlocutor : ¿Cómo crees?
 Vendedor: Estás mal.
 Interlocutor: No, no lo estoy. Sólo que ya no estoy ahí.
 Vendedor: Tu vida... tu trabajo... Tenías un trabajo interesante, ¿cierto?
 Interlocutor: Dentro de la tremenda falacia que es la vida una sede diplomática sólo es un punto álgido.
 Vendedor: Sí: ¿por qué ibas a extrañarla? ¿Extrañas algo?
 Interlocutor: No.
 Vendedor: Necesitas a alguien.
 Interlocutor: No, no lo creo... Aquí no me falta nada. Y tu, ¿como estai?
 Vendedor :   Reponiéndome del golpe.
 

Interlocutor : ¿Por mí?
 Vendedor: Supongo que por ti y por los otros dos y por este puto mundo... Por ti principalmente.
 
Interlocutor: Ya...
 Vendedor :   ¿Sabes que es lo que más me apena?
 Interlocutor : Sí, que no hayamos hecho el proyecto de la frontera. De todas formas eso no iba a cambiar nada.
 Vendedor: Créeme, en estos momentos estoy muy poco interesado en la suerte del planeta. Es por otra cosa...
 Interlocutor: Lo sé.
 Vendedor: ¿Cómo sabes?
 Interlocutor: Lo sé, es todo. También sé otras cosas.
 Vendedor: Eso me temía.
 Interlocutor: Por ejemplo, sé que estás fastidiado con todo esto.
 Vendedor: Lo estoy. Mucho.
 Interlocutor: También yo...
 Vendedor: Sí, me imagino...
 Interlocutor: Ya no puedo decir palabras hueras... No uses frases hechas conmigo.
 Vendedor: Tienes razón: Voy a ser más creativo. Cuenta con eso.
 Interlocutor: No esperaría menos. Cómo cuando me hiciste aquel regalo...
 Vendedor: ¿Qué regalo?
 Interlocutor: No pierdas la pista que sólo tenemos esta oportunidad. Estabas un poco lento en mi regazo. Pero habías empujado hasta el límite de lo posible... Rápido que eres... Y ya estábamos en el diván, a un metro de la cama y se te habían acabado las frases inteligentes...
 Vendedor: ¿Se me habían terminado?
 Interlocutor: Sí. Sabías... sabíamos que ya no había más que decir. Y entonces apareció una frase hecha de esas que dice cualquier adolescente por decir algo, por decir nada, por hacerse el gracioso. En ese punto siempre se convierten en graciosos mal habidos. Dicha por ti sonaba peor. Sólo te quedaba hurtar, avanzar sin elegancia... Preguntaste si me ponías nerviosa. No, no me ponías nerviosa. Ningún hombre tuvo ese efecto en mí.
 Vendedor: Eso me pareció siempre... Eres dominante, autoritaria, abominable si quieres... Se vería hasta extraño que apuntaras lo contrario. Pero aún así, cae como miel que lo digas... porque eres recia y deliciosa al mismo tiempo...
 Interlocutor: Por eso un instante más tarde estas bajo mi pubis tomándote mi savia...
 Vendedor: Tu miel... ¿Fue así?
 Interlocutor: Pero yo no quería exponerme... No quería delatarme...
 Vendedor: Pero ya te habías expuesto y por delatarte bajaba un río desde tus entrañas como una fresca quebrada a principios del invierno.
 Interlocutor: ¿Por qué? ¿Era fría?
 Vendedor: No, era tibia.
 Interlocutor: Pero el invierno es frío. No entiendo tu imagen...
 Vendedor: De donde eres...
 Interlocutor: De donde era...
 Vendedor: Sí, de donde provenías los inviernos son helados... Pero no en este país, tu sabes.
 Interlocutor: Sí, lo sé: inviernos de lluvia.
 Vendedor: Algo así.
 Interlocutor: Entonces te echo de la habitación.
 Vendedor: ¿Ahora, en el mejor momento?
 Interlocutor: Sí, ¡andate, andate no más!
 Vendedor: Déjame agotar tu miel.
 Interlocutor: No, me expongo demasiado, casi no puedo echarte... casi me vengo...
 Vendedor: Déjame verla correr...
 Interlocutor: ¡No! ¡Andate mientras pueda contenerme!
 Vendedor: Voy al baño un segundo...
 Interlocutor: ¡No más! Quiero que te vayás cuanto antes...
 Vendedor: Sólo un segundo, necesito acomodarme la ropa...
 Interlocutor: Un segundo...
 Vendedor: Y entro al baño. Tu has quedado en un impasse procurando reivindicarte. Te encuentras a mitad de camino entre el desnudo y la zozobra. Estás contando con que no vuelva a mirarte. Te acecha un poco de vergüenza por la trasgresión y por la veleidad. Pero regreso desnudo justo cuando te despedías de la habitación con un giro inequívoco de los ojos. Quedas suspendida mientras me interno con la lengua, hasta que estallas y te abandonas.
 Interlocutor: ¡Oh, sí!
 Vendedor: Ya no quieres que hablemos de los proyectos culturales ni de los riscos morados. Sólo puedes abandonarte perdiendo la integridad de doncella absoluta.
 Interlocutor: Sí, hay algo que puedo hacer: Halarte hacia mí. Arrastrarte sobre mis senos, para que tu pecho, para que tus vellos rocen las puntas de pedernal. Besarte por primera vez mientras se me adentra tímido e imponente tu clara majestad. Va hurgando, sin prisa. Eso está muy bien: odiaría que te apagues en un breve vahído.
 Vendedor: Yo odiaría perderte en un resignado soplo.
 Interlocutor: Pero ya estoy muy adelantada. Debes sentir los manantiales por todos lados.
 Vendedor: Me mojo en ellos.
 Interlocutor: Sí, hazlo. No dejes que se conviertan en río. Sé codicioso, se fiel...
 Vendedor: Déjame explicarte de donde proviene la niebla que anticipa la nada. Parece que estoy hablando pero mi explicación no es intelectual. Mi explicación se elucida a sí misma con un movimiento asimétrico que concibe la maravilla y que te hará trepidar hasta el desboque, hasta el desove.
 Interlocutor: Tienes razón: estoy trepidando y me voy rebasando. Ya no puedo, ya no quiero esperarte. Me voy al punto de todos los dones y te ordeno que si regreso me devuelvas con el mismo ímpetu que me regalas... Ya no puedo siquiera abandonarme, ya no es de mí. Ya no. Ni de mí, ni de ti....
 Vendedor: (...)
 Interlocutor: (...)
 Vendedor: Te has ido y vuelves. Ahí tienes unos empujones más. Uno más. Fuerte. Casi violento. Violento. Allá vas en naufragio. Amo verte sucumbir. Es codicia lo sé. Me lo has pedido. Y he podido y te he dado. Déjame virarte y apreciar  las dunas del viaje. Voy de nuevo...
 Interlocutor: Eso se siente... Te lo concedo...Pero no puedo amarte...
 Vendedor: Lo acepto. Ya me había dado cuenta cuando latías (para mí, en mí). Pero en este instante te abordo con reconocimientos a ultranza; aniquilándote el apetito con el apetito; adentrándome en el recto paraje donde el ralo ovillo parece hundirse debido a la pleamar. Lo atajo con la mano y con la mano recojo un poco de humedad y redundo en contacto. Igual, es poco el esfuerzo: ¡tan grande el mar!
 Interlocutor: Pero vale, ¡vale! Especialmente porque vuelves hacia adentro como un Magno Alejandro de los Pináculos. Vuelvo y me devuelvo para ver si llegas y te vas. Hombre duro y después dices...
 Vendedor: Ya te digo: no te digo... Voy saliendo con la espuma...
 Interlocutor: Afuera nada. Adentro: ¡Adentro! Te acompaño adentro.
 Vendedor: Adentro sigo.
 Interlocutor: No dejes caer  el auricular. No te vayas. No te vayas.



(Del libro "Técnicas de venta", en proceso)

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