La idea es peregrina y sin embargo suele tener la suficiente energía como darle contenido a la voluntad de escribir. La idea es lo bastante definida como para que pueda ser localizada entre la multitud de pensamientos que componen eso que llaman mente. Surgen todo el tiempo, continuamente, escapando de tu desatenta mirada.
La habilidad para descubrir la importancia de una idea ya viene contigo. Es la misma condición del cazador. Alguna vez caminabas por un lugar y sentiste, porque se siente, que te observaban. Volviste la cabeza y buscaste. Creíste encontrarme, aunque en realidad te había hallado antes entre la mansedumbre, quiero decir, entre la muchedumbre. Te pareció extraño verme en ese lugar y más extraño aún que pareciera estar allí exclusivamente por ti.
Sí, estaba por ti.
Nos tomamos un café mientras la vida parecía detenerse. Es más, parecía en retroceso. No rememoramos pero nos estuvimos devolviendo a una amistad que nos remitía a paseos y visitas a casa de amigos cuyos intereses coincidían con los nuestros.
Tuvimos, ¿recuerdas?, una amiga común. Solía invitarnos a unas trazas de té con tostadas matinales que aceptábamos con agradecimiento, casi con reverencia. Hablaba en una lengua del norte y gracias a Pedro el esposo, podíamos entendernos. Me has preguntado por ella y no he sabido qué responderte. De pronto han brotado nombres olvidados: Sergio, Gustavo, Antonia...
Ya todos han partido. Te has paralizado. No, no han muerto. Lo que quiero decirte es que han dejado de ser sombras. No me entiendes, lo sé y me alegro. Todavía es temprano.
Sin embargo, nuestra conversación no es oscura. Es más, esta es una mañana luminosa en que ibas rumbo a tu trabajo urbano. Hasta feliz porque el futuro es promisorio y estás a un pelo de obtener lo que viniste a buscar en esta ciudad. Ahora vistes con altanería y la presunción del quien se cree el mismísimo centro del mundo. Muy propio de ti. Muy propio de esa época en que sólo mencionar tu nombre te convertía en el epicentro del día. Hasta parecías la modestia misma nacida de la iluminación. Igual que un niño que no entiende de niveles, te quería.
Por eso, cuando intentaste verme por encima del hombro una sonrisa mía te devolvió los días en que éramos filósofos e inmortales, poco más o menos infantes. Ahora estoy a punto de ofrecerte la mortalidad.
No quieres escucharme: hace mucho comenzaste tu viaje. El mío no te es de valor. El mío no es el tipo de viaje que produzca fortuna. ¿Tal vez sí? ¿Te mencioné que hay una isla que esconde el mayor de los secretos del mundo? Sí, has oído hablar de la huída de un gran pirata y del probable entierro de una increíble fortuna en una playa en una isla hacia occidente. Mitos.
(Acerca de la Idea en "Qué es el Método de Personaje", en proceso)
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